Nos habían recomendado visitar el callejón de Hamel, en La Habana, así que fuimos para allá. Caminamos por calles donde el tiempo decidió tomarse un descanso en los 50. Edificios coloniales preciosos pero que parecen a punto de venirse abajo. Cuando te asomas desde la calle a alguna de sus puertas, te sorprenden sus amplios interiores, sus grandes escaleras... y piensas que si tuvieran los medios para mantener estos edificios, muchos de nosotros mataríamos por vivir en uno de ellos.
Llegar al callejón sorprende. De repente aparece ante tus ojos una calle estrecha y no muy larga completamente pintada e ilustrada. Puro arte. Nos cuentan que Hamel es un proyecto social dirigido por el artista Salvador González Escalona. Bañeras con escenas del cuento del principito, esculturas, murales... El dinero que recaudan gracias a los miles de turistas que visitan este lugar se destina a la creación de una escuela de arte y música para los niños del barrio.
Pero como sabemos que wikipedia hace genial su trabajo, pasaremos a contar lo que nos ocurrió allí.
Después de muchos “ooooohhh....” “mira...” “mola...” alguien se acercó a hablar con nosotros. Se trataba de un hombre ya mayor que según decía era profesor de percusión allí en el callejón. Nos contó que llevaba años y años tocando, que había tenido alumnos de todas partes del mundo y todos quedaban sorprendidos de cuánto llegaban a aprender con él. Tenía unos CDs con su música y nos los ofreció para que le compráramos algunos. Le explicamos que viajábamos con un presupuesto muy ajustado, pero le ofrecimos volver al día siguiente y hacerle un pequeño reportaje para colgarlo en nuestro blog, así la gente lo conocería y conseguiría más alumnos a los que enseñar. Le pareció bien. "No siempre se ayuda con dinero", dijo. Nos fuimos de allí pensando que quizás éramos demasiado confiados. Por lo que decía, daba la impresión de que sí contaba la verdad, pero... sinceramente, después de pasar dos días en La Habana acabas dudando de todo el mundo.
Volvimos al día siguiente. El callejón de Hamel había cambiado completamente. Todos los domingos organizan un espectáculo, o más bien una fiesta de música cubana y rumba. Aquello era una locura. Música a todo trapo, cubanos y no cubanos, cada uno bailando como podía, los músicos animadísimos... y allí en medio, entre toda esa multitud, estaba Leo tocando su tambor. Mirada al frente, rostro serio y concentrado, y sus manos arriba y abajo, sin parar de moverse, sin parar de tocar. Al vernos, sonrió, y en su primer descanso vino a recibirnos. Tuvimos que esperar unas dos horas hasta que terminó su actuación. Cuando nos dispusimos a comenzar el reportaje, Leo estaba reunido con dos amigos suyos, un sociólogo y otro músico cubano, hijo de un amigo suyo que tocaba con él cuando eran jóvenes, y que resultó ser Joaquín Pozo, otro gran músico de renombre...
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